septiembre 10, 2025
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Carlos A. Moreno Alcántara.

En principio agradezco a Dominio Informativo Digital, encabezado por mi muy reconocida amiga Jaqueline Robles la oportunidad de poder reflexionar sobre diversos temas, en el ambiente del derecho y la política y por qué no, alguna que otra cavilación.

Sin duda estamos en tiempos donde la política debe ser reformada no solo en sus contenidos, sino desde luego en sus formas, el espectáculo por demás vergonzoso del enfrentamiento entre Alejandro Moreno “Alito” y Gerardo Fernández Noroña, exige un alto y reflexión profunda, no es una anécdota ni un simple incidente, es un profundo reflejo de la crisis del quehacer político que debe preocuparnos y ocuparnos.

En principio y ante la aún más preocupante ráfaga de expresiones del “sí me representa”, tendríamos que partir de lo que, primero, representa cada personaje, lo que deberíamos esperar de ellos y lo grave de su comportamiento atendiendo a su investidura, incluso, más allá de las formalidades.

Alejandro Moreno Cárdenas es presidente de un partido político nacional; aun cuando yo no sé cuantos priistas queden o lo que por peso electoral signifiquen, lo que sí creo es que el Partido Revolucionario Institucional -PRI-, a pesar de todo lo que puedas expresar de él y bien ganado muchas veces, tuvo su origen en generar un alto a la violencia, “pasar de un país de caudillos a un país de instituciones”, dijera su fundador Plutarco Elias Calles. 

Durante el siglo pasado, el tricolor construyó un sistema político donde las formas eran indispensables, incluso para la legitimación de sus excesos; “oficio político” era de lo que presumían y hoy por hoy, ver trenzado en pleito de barrio a su presidente, que además es Senador de la República, tira por la borda lo poco que quedaba de al menos un recuerdo de hacer política (porque lo que vimos hoy es la antítesis de la política).

Por otra parte, la actitud del típico pendenciero que no aguanta cuando le reviran, la del Senador Noroña, de su por demás despótico comportamiento disfrazado de “legitimidad democrática y estilo rudo” llegó al grado de cerrar todo tipo de posibilidad de diálogo, digo diálogo no sujeción a oír peroratas sin replicar o sin ser descalificado, a grado tal del vergonzoso episodio de exigir disculpas y sentir merecimientos económicos y políticos “por su brillante trayectoria de lucha”, cuando que como presidente del Senado debe ser no solo respetuoso sino garante del debate y el derecho a disentir.

Ni el debate ni la dureza del lenguaje me asusta, lo que indigna es precisamente la renuncia al debate y la violencia absurda en donde supondríamos es la Casa del Debate y confrontación de ideas en búsqueda de acuerdos.

¡No señores, eso no es política!, ¡Es la renuncia a la esencia de la política!. En política y democracia se parte del hecho de dialogar con el que piensa distinto, donde el que gobierna respeta y escucha y el que se opone critica pero también colabora.

Urge reivindicar la práctica política, urge debatir ideas, incluso aun cuando la razón no sea aceptada, la democracia implica el debate fuerte, sin duda, pero respetuoso, la convicción de ideas y posiciones, pero el respeto necesario al oponente. 

Quien desee encontrar al culpable de tan bochornoso hecho, no encontrará la respuesta en la cómoda posición del poder y el desprestigio del contrario, ni en la justificación de la violencia aun ante la cerrazón, debieran “sentirse mal aquellos que se sienten bien” cuando toman una posición que justifique a cualquiera de las partes, no se trata de ver quien es culpable, es reconocer lo vergonzoso del momento político.

Solo se superará este repudiable acto, cuando seamos capaces de reconocer en el otro, el derecho a disentir y la responsabilidad de gobernar y conducir, que en ningún caso es descalificación y menos violencia.

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